martes, 8 de marzo de 2016

Día Internacional de la Inserción de la Mujer al Mundo Laboral



Tras el aturdimiento post segunda guerra mundial, la humanidad se mostró embriagada por un tufillo optimista: las hembras humanas ahora estaban metidas en el ambiente laboral. Grandes expectativas, sueños clasemedieros, cócteles de moda, comida gourmet, alta costura a precio de trapos de segunda mano, control natal, basura sofisticada a la carta; en fin, toda una fantasía híper democrática a crédito. Sin advertirlo, las reglas del apareamiento estaban por cambiar. Con las hembras trabajando a dos turnos (en los centros de empleo y en los hogares), llegaron las protestas y las exigencias de los derechos de género. Los machos se vieron obligados a cambiar los rituales de cortejo, ya  no bastaban la galantería y las cascadas de fruslerías de las tiendas departamentales, fue necesario tomar las clases de baile de salón, los cursos sobre: "cómo conectar con tu lado femenino" impartidos por gurús new age, las escuelas para padres, las capacitaciones en las fábricas y oficinas sobre acoso sexual, maestrías y doctorados en estudios de género y lecturas de revistas semanales con consejos para satisfacer a la mujer moderna (textos absolutamente ridículos, con títulos como: "el manual del buen estimulador del clítoris", "acompaña a tu chica a comprar zapatos unas horas y obtén felaciones que harán que te corras" ó "10 platillos que harán que cualquier dama no salga de tu cama"). Los machos, como buenos ejemplares de la estupidez en el reino animal, siguieron de manera puntual las nuevas tendencias con el mismo agrado que un burro acepta que le agreguen 50 kilos más al fardo que llevan a cuestas;  sonreían plácidamente como subnormales disfrutando de las tropelías de El Chavo del 8.  Mientras tanto, las hembras consideraron pertinente emular las actitudes y conductas más denigrantes de su contraparte, con el fin de acelerar el proceso de igualdad entre géneros.  Al final, los hombres se volvieron aún más imbéciles que sus antepasados proto-humanos e irremediablemente fueron desplazados de los puestos de mediano y alto mando por mujeres con estudios universitarios que cobraban igual que el encargado de la limpieza. Ellas ganaron estatus, obligaciones, más responsabilidades, sueldos de miseria y se llevaron además el premio de consolación de actuar libremente como barbajanes sin ser juzgadas; sin embargo, a pesar de los tremendos beneficios, permaneció latente e inconfesable el deseo frustrado de encontrar a un buen proveedor que se hiciera cargo de ellas y de las añoradas crías. La lucha entre géneros se tornó más arbitraria e imposible, dejando como único vencedor al sistema económico imperante que encontró nuevas y mejores maneras de que las bestias humanas lo alimentaran sin hacer muecas.

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