Tras el aturdimiento post segunda guerra
mundial, la humanidad se mostró embriagada por un tufillo optimista: las
hembras humanas ahora estaban metidas en el ambiente laboral. Grandes expectativas,
sueños clasemedieros, cócteles de moda, comida gourmet, alta costura a precio
de trapos de segunda mano, control natal, basura sofisticada a la carta; en
fin, toda una fantasía híper democrática a crédito. Sin advertirlo, las reglas
del apareamiento estaban por cambiar. Con las hembras trabajando a dos turnos
(en los centros de empleo y en los hogares), llegaron las protestas y las
exigencias de los derechos de género. Los machos se vieron obligados a cambiar
los rituales de cortejo, ya no bastaban
la galantería y las cascadas de fruslerías de las tiendas departamentales, fue
necesario tomar las clases de baile de salón, los cursos sobre: "cómo
conectar con tu lado femenino" impartidos por gurús new age, las escuelas
para padres, las capacitaciones en las fábricas y oficinas sobre acoso sexual,
maestrías y doctorados en estudios de género y lecturas de revistas semanales
con consejos para satisfacer a la mujer moderna (textos absolutamente
ridículos, con títulos como: "el manual del buen estimulador del
clítoris", "acompaña a tu chica a comprar zapatos unas horas y obtén
felaciones que harán que te corras" ó "10 platillos que harán que
cualquier dama no salga de tu cama"). Los machos, como buenos ejemplares
de la estupidez en el reino animal, siguieron de manera puntual las nuevas
tendencias con el mismo agrado que un burro acepta que le agreguen 50 kilos más
al fardo que llevan a cuestas; sonreían
plácidamente como subnormales disfrutando de las tropelías de El Chavo del
8. Mientras tanto, las hembras
consideraron pertinente emular las actitudes y conductas más denigrantes de su
contraparte, con el fin de acelerar el proceso de igualdad entre géneros. Al final, los hombres se volvieron aún más
imbéciles que sus antepasados proto-humanos e irremediablemente fueron
desplazados de los puestos de mediano y alto mando por mujeres con estudios
universitarios que cobraban igual que el encargado de la limpieza. Ellas
ganaron estatus, obligaciones, más responsabilidades, sueldos de miseria y se
llevaron además el premio de consolación de actuar libremente como barbajanes
sin ser juzgadas; sin embargo, a pesar de los tremendos beneficios, permaneció
latente e inconfesable el deseo frustrado de encontrar a un buen proveedor que
se hiciera cargo de ellas y de las añoradas crías. La lucha entre géneros se
tornó más arbitraria e imposible, dejando como único vencedor al sistema
económico imperante que encontró nuevas y mejores maneras de que las bestias
humanas lo alimentaran sin hacer muecas.
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